Es hora de tu compromiso.
Es hora de tu compromiso |
Puede
que no esté de moda el apasionamiento. Pero el apasionado tiene una gran
ventaja en medio del “ahorro vital” característico de nuestros días: sabe cuál
es la razón y el sentido de su vida.
Jesús
de Nazaret fue un gran apasionado. Primero de Dios, a quien llamaba Padre.
Luego, pero al mismo tiempo, de sus hermanos y hermanas; sobre todo, de los más
pobres. Esa pasión la vivió como entrega y servicio amoroso. La pasión por el
Padre, la intimidad y la profunda comunión de sentimientos con él, la trasladó
a su relación con los hombres y mujeres de su alrededor. Así, su pasión de hijo
se hizo compasión fraterna. Dios, en él, se hizo misericordia entrañable y
abrazo humanizador. Y, a decir verdad, Jesús apuró esta pasión compasiva hasta
el final: su apasionamiento le llevó a la Pasión en la cruz.
Domingo
de Guzmán entendió que su vida o era apasionada, como la de Jesús, o no tenía
sentido. Por esa pasión lo dio todo. Por donde anduvo vivió, sintió, acogió,
contempló, celebró, compartió, estudió y predicó la pasión compasiva de Jesús.
Y ese “talante” lo dejó a los suyos en el carisma dominicano. Consecuentemente,
no hay vida dominicana sin apasionamiento y sin compasión.
La
pasión compasiva dominicana brota y se nutre de la contemplación: un modo de
ver el mundo y los otros con los ojos de Dios. Paso previo para unirnos a su
causa: el Reino. Un Reino que no está en otro mundo sino que es éste
transformado en otro, con los hombres y mujeres concretos, en especial los
últimos, los empobrecidos, los marginados. De este modo, la pasión dominicana
se hace compasión: un estremecimiento fraterno que orienta la palabra y la vida
a favor de la justicia y la paz en nuestro mundo. Este es el motor de nuestra
predicación, del anuncio de la Buena Noticia de Jesús para cada uno de sus
hijos.
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